28 de Abril de 2024

Evangelio según JUAN 15, 1-8

 

-Yo soy la vid verdadera, mi Padre es el labrador. Todo sarmiento que en mí no produce fruto, lo corta, y a todo el que produce fruto lo limpia, para que dé más fruto.

Vosotros estáis ya limpios por el mensaje que os he comunicado. Seguid conmigo, que yo seguiré con vosotros. Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí solo si no sigue en la vid, así tampoco vosotros si no seguís conmigo.

Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que sigue conmigo y yo con él, ése produce mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada. Si uno no sigue conmigo, lo tiran fuera como al sarmiento y se seca; os recogen, los echan al fuego y se queman.

Si seguís conmigo y mis exigencias siguen entre voso­tros, pedid lo que queráis, que se realizará.   En esto se ha manifestado la gloria de mi Padre, en que hayáis comenzado a producir mucho fruto por haberos hecho discípulos míos.


La fe es una decisión personal de cada uno

La fe no es una emoción del corazón. Sin duda, el creyente siente su fe, la experimenta y la disfruta, pero sería un error reducirla a «sentimentalismo». La fe no es algo que depende de los sentimien­tos: «Ya no siento nada… debo de estar perdiendo la fe». Ser cre­yente es una actitud responsable y razonada.

La fe no es tampoco una opinión personal. El creyente vive cre­yendo personalmente en Dios, pero la fe no puede ser reducida a «subjetivismo»: «Yo tengo mis ideas y creo lo que a mí me parece». La realidad de Dios no depende de mí ni el cristianismo es fabrica­ción de cada uno.

La fe no es tampoco una tradición recibida de los padres. Es bueno nacer en una familia creyente y recibir desde niño una orientación cristiana, pero sería muy pobre reducir la fe a «costum­bre religiosa»: «En mi familia siempre hemos sido muy de Iglesia». La fe es una decisión personal de cada uno.

La fe no es tampoco una receta moral. Creer en Dios tiene sus exigencias, pero sería un error reducirlo todo a «moralismo»: «Yo respeto a todos y no hago mal a nadie». La fe es, además, amor a Dios, compromiso por un mundo más humano, esperanza de vida eterna, acción de gracias, celebración.

La fe no es tampoco un «tranquilizante». Creer en Dios es, sin duda, fuente de paz, consuelo y serenidad, pero la fe no es solo un «agarradero» para los momentos críticos: «Yo, cuando me encuen­tro en apuros, acudo a la Virgen». Creer es el mejor estímulo para luchar, trabajar y vivir de manera digna y responsable.

La fe comienza a desfigurarse cuando olvidamos que, antes que nada, es un encuentro personal con Cristo. El cristiano es una per­sona que se encuentra con Cristo y en él va descubriendo a un Dios Amor que cada día le convence y atrae más. Lo dice muy bien Juan: «Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él. Dios es Amor» (1 Juan 4,16).

Esta fe solo da frutos cuando vivimos día a día unidos a Cristo, es decir, motivados y sostenidos por su Espíritu y su Palabra: «El que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante, porque sin mí no podéis hacer nada».

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