El amor es la piedra angular

8 de octubre de 2023

 

Evangelio según MATEO 21, 33-43

 

Escuchad otra parábola:

Había una vez un propietario que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó un lagar, construyó la torre del guarda (Is 5,1-7), la arrendó a unos labradores y se marchó al extranjero.

Cuando llegó el tiempo de la vendimia, envió a sus siervos para percibir de los labradores los frutos que le correspondían. Los labradores agarraron a los siervos, apalearon a uno, mataron a otro y a otro lo apedrearon. Envió entonces otros siervos, más que la primera vez, e hicieron con ellos lo mismo.

Por último, les envió a su hijo, diciéndose: «A mi hijo lo respetarán».

Pero los labradores, al ver al hijo, se dijeron:

– Éste es el heredero: venga, lo matamos y nos quedamos con su herencia.

Lo agarraron, lo empujaron fuera de la viña y lo mataron.

– Vamos a ver, cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores? Le contestaron:

– Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará su viña a otros que le entreguen los frutos a su tiempo.

Jesús les dijo:

– ¿Nunca habéis leído en la Escritura? La piedra que desecharon los constructores es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho: ¡Qué maravilla para los que lo vemos! (Sal 118,22-23). Por eso os digo que se os quitará a vosotros el reino de Dios y se le dará a un pueblo que produzca sus frutos.

Falta de autocrítica

Tendremos verdadera dificultad en aplicarnos la parábola si partimos de la idea de que aquellos jefes religiosos eran malvados y tenían mala voluntad. Lo que les perdió fue la falta de autocrítica y confundir los derechos de Dios con sus propios intereses. De esta manera llegaron a identificar la voluntad de Dios con la suya propia y creerse dueños y señores del pueblo.

¿Qué espera Dios de mí hoy? Naturalmente, es un modo de hablar, porque Dios no puede esperar nada de nosotros porque nada podemos darle. Él es el que se nos da totalmente y no podemos devolverle nada. Lo que Dios quiere es que todas y cada una de sus criaturas alcance el máximo de sus posibilidades de ser. Como seres humanos que somos, tenemos que alcanzar nuestra plenitud precisamente por aquello que tenemos de específico, nuestra humanidad. Dios espera que seamos plenamente humanos. ¿Pero no somos ya seres humanos? No. Somos un proyecto, una posibilidad. Desde que nacemos tenemos que estar en constante evolución. Jesús, como ser humano, alcanzó esa plenitud y nos marcó el camino para que todos podamos llegar a ella.

Según él, ser más humano es ser capaz de amar más.  La preocupación por el otro (derecho, justicia) es el camino para alcanzar la meta. Jesús da un paso más. No habla ya de “derecho y justicia», que ya era mucho, sino de amor, que es la norma suprema.

El evangelio nos da la única alternativa posible al sufrimiento humano de la historia: hacer del amor la piedra angular.

San Francisco de Asís.

No quiero desarrollar esta encíclica sin acudir a un modelo bello que puede motivarnos. Tomé su nombre como guía y como inspiración en el momento de mi elección como Obispo de Roma. Creo que Francisco es el ejemplo del cuidado de lo que es débil y de una ecología integral, vivida con alegría y autenticidad. Es el santo patrono de todos los que estudian y trabajan en torno a la ecología, amado también por muchos que no son cristianos. Él manifestó una atención particular hacia la creación de Dios y hacia los más pobres y abandonados. Amaba y era amado por su alegría, su entrega generosa, su corazón universal. Era un místico y un peregrino que vivía con simplicidad y en una maravillosa armonía con Dios, con los otros, con la naturaleza y consigo mismo. En él se advierte hasta qué punto son inseparables la preocupación por la naturaleza, la justicia con los pobres, el compromiso con la sociedad y la paz interior.

Laudato sí.

 

ORACIÓN POR LA PAZ

Señor, haz de mí un instrumento de tu paz:

donde haya odio, ponga yo amor,

donde haya ofensa, ponga yo perdón,

donde haya discordia, ponga yo unión,

donde haya error, ponga yo verdad,

donde haya duda, ponga yo la fe,

donde haya desesperación, ponga yo esperanza,

donde haya tinieblas, ponga yo luz,

donde haya tristeza, ponga yo alegría.

Oh, Maestro, que no busque yo tanto

ser consolado como consolar,

ser comprendido como comprender,

ser amado como amar.

Porque dando se recibe,

olvidando se encuentra,

perdonando se es perdonado,

y muriendo se resucita a la vida eterna.

San Francisco de Asís

 

 

La experiencia de Francisco de Asís nos conecta con la esencia de lo humano. Él entraba en comunicación con todo lo creado, y hasta predicaba a las flores «invitándolas a alabar al Señor, como si gozaran del don de la razón». Para él cualquier criatura era una hermana, unida a él con lazos de cariño. Por eso se sentía llamado a cuidar todo lo que existe. Su discípulo san Buenaventura decía de él que, «lleno de la mayor ternura al considerar el origen común de todas las cosas, daba a todas las criaturas, por más despreciables que parecieran, el dulce nombre de hermanas»