21 de Abril de 2024

Evangelio según JUAN 10, 11-18

—Yo soy el modelo de Pastor. El pastor modelo se entrega él mismo por las ovejas; el asalariado, como no es pastor ni son suyas las ove­jas, cuando ve venir al lobo, deja las ovejas y huye; y el lobo las arrebata y las dispersa; porque a un asalariado no le importan las ovejas.

Yo soy el modelo de Pastor, conozco a las mías y las mías me conocen a mí, igual que el Padre me conoce a mí y yo co­nozco al Padre; por eso me entrego yo mismo por las ovejas.

Tengo además, otras ovejas que no son de este recinto: también a ésas tengo que conducirlas; escucharán mi voz y habrá un solo rebaño, un solo Pastor.

Por esto el Padre me demuestra su amor, porque yo entrego mi vida y así la recobro. Nadie me la quita, yo la entrego por decisión propia. Está en mi mano entregarla y está en mi mano recobrarla. Este es el mandamiento que recibí de mi Padre.


͏ Los seguidores de Jesús no caminan por la vida solos y desamparados           ͏

Nuestra vida se decide en lo cotidiano. Por lo general no son los momentos extraordinarios y excepcionales los que marcan más nuestra existencia. Es más bien esa vida ordinaria de todos los días con las mismas tareas y obligaciones, en contacto con las mismas personas, la que nos va configurando. En el fondo somos lo que somos en la vida cotidiana.

Esa vida no tiene muchas veces nada de excitante. Está hecha repetición y rutina. Pero es nuestra vida. Somos «seres cotidianos». La cotidianidad es un rasgo esencial del ser humano. Somos, al mismo tiempo, responsables y víctimas de esa vida aparentemente pequeña de cada día.

En esa vida de lo normal y ordinario podemos crecer como personas y podemos también echarnos a perder. En esa vida crece nuestra responsabilidad o aumenta nuestra desidia; cuidamos nuestra dignidad o nos perdemos en la mediocridad; nos inspira y alienta amor o actuamos desde la indiferencia; nos dejamos arrastrar por la superficialidad o arraigamos nuestra vida en lo esencial; se va disolviendo nuestra fe o se va reafirmando nuestra confianza en Dios.

La vida cotidiana no es algo que hay que soportar para luego vivir no sé qué. Es en esa vida de cada día donde se decide nuestra calidad humana y cristiana. Ahí se fortalece la autenticidad de nuestras decisiones; ahí se purifica nuestro amor a las personas; ahí se configura nuestra manera de pensar y de creer. El gran teó­logo Karl Rahner llega a decir que «para el hombre interior y espi­ritual no hay mejor maestro que la vida cotidiana».

Según la teología del cuarto evangelio, los seguidores de Jesús no caminan por la vida solos y desamparados. Los acompaña y defiende día a día el Buen Pastor. Ellos son como «ovejas que escu­chan su voz y le siguen». Él las conoce a cada una y les da vida definitiva. Es Cristo quien ilumina, orienta y alienta su vida día a día hasta la vida definitiva.

En el día a día de la vida cotidiana hemos de buscar al Resucitado en el amor, no en la letra muerta; en la autenticidad, no en las apa­riencias; en la verdad, no en los tópicos; en la creatividad, no en la pasividad y la inercia; en la luz, no en la oscuridad de las segundas intenciones; en el silencio interior, no en la agitación superficial.

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