11 junio 2023

Evangelio según JUAN 6, 51-59

Dijo Jesús a los judíos:

—Yo soy el pan vivo bajado del cielo; el que come pan de este vivirá para siempre. Pero, además, el pan que yo voy a dar es mi carne, para que el mundo viva.

Los judíos aquellos discutían acaloradamente unos con otros diciendo:

—¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?

Les dijo Jesús:

—Pues sí, os lo aseguro: si no coméis la carne del Hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. Quién come mi carne y bebe mi sangre tiene vida definitiva y yo lo resucitaré el último día, porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. Quién come mi carne y bebe mi sangre sigue conmigo y yo con él; como a mí me envió el Padre que vive y, así, yo vivo por el Padre, también aquel que me come vivirá por mí.

Éste es el pan bajado del cielo, no como el que comieron vuestros padres y murieron; quien come este pan vivirá para siempre.

Esto lo dijo enseñando en una sinagoga en Cafarnaúm.

Si queremos redescubrir el hondo significado de la eucaristía, hemos de recuperar el simbolismo básico del pan y el vino.

Para subsistir, el hombre necesita comer y beber. Y este simple hecho, a veces tan olvidado en las sociedades satisfechas del bienestar, revela que el ser humano no se fundamenta a sí mismo, sino que vive recibiendo misteriosamente la vida.

La sociedad contemporánea está perdiendo capacidad para descubrir el significado de los gestos básicos del ser humano. Sin embargo, son estos gestos sencillos y originarios los que nos devuelven a nuestra verdadera condición de criaturas, que reciben la vida como regalo de Dios.

Concretamente, el pan es el símbolo elocuente que condensa en sí mismo todo lo que significa para la persona la comida y el alimento. Por eso el pan ha sido venerado en muchas culturas de manera casi sagrada. Pero, desde que nos llega de la tierra hasta la mesa, el pan necesita ser trabajado por quienes siembran, abonan el terreno, siegan y recogen las espigas, muelen el trigo, cuecen la harina. El vino supone un proceso todavía más complejo en su elaboración.

Por eso, cuando se presenta el pan y el vino, se dice que son «fruto de la tierra y del trabajo del hombre». Por una parte, son «fruto de la tierra» y nos recuerdan que el mundo y nosotros mismos somos un don que ha surgido de las manos del Creador. Por otra son «fruto del trabajo», y significan lo que los hombres hacemos y construimos con nuestro esfuerzo solidario. Una comida y una bebida que alimentan nuestra vida sobre la tierra, nos invitan a trabajarla y mejorarla, y nos sostienen mientras caminamos hacia la vida definitiva.

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