12 de Noviembre de 2023

Evangelio según MATEO 25, 1-13

 

Entonces se parecerá el reino de Dios a diez muchachas que cogieron sus candiles y salieron a recibir al novio. Cinco eran necias y cinco sensatas.

Las necias, al coger los candiles, se dejaron el aceite; las sensatas, en cambio, llevaron alcuzas de aceite además de los candiles.

Como el novio tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron.

A medianoche se oyó gritar:

– ¡Que llega el novio, salid a recibirlo!

Se despertaron todas y se pusieron a despabilar los candiles. Las necias dijeron a las sensatas:

– Dadnos de vuestro aceite, que los candiles se nos apagan.

Pero las sensatas contestaron:

– Por si acaso no hay bastante para todas, mejor es que vayáis a la tienda a comprarlo.

Mientras iban a comprarlo llegó el novio: las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas, y se cerró la puerta.

Cuando por fin llegaron las otras muchachas, se pusieron a llamar:

– Señor, señor, ábrenos.

Pero él respondió:

– Os aseguro que no sé quiénes sois.

Por tanto, manteneos despiertos, que no sabéis el día ni la hora.

– o- O – o –

«Lo mejor que tenéis es la esperanza.»

Son bastantes las parábolas en que Jesús repite, de una manera o de otra, el mismo mensaje: “Lo mejor que tenéis es la esperanza. No la perdáis. Mantenedla viva. No apaguéis vuestro anhelo de vida definitiva. Esperad con el corazón ardiendo. Sed lúcidos. Nada hay más triste que una persona «acabada» que ha perdido la esperanza en Dios».

Jesús no utiliza un lenguaje moral. Para él, dejar que se apague en nosotros la esperanza no es un pecado, es una insensatez. Las jóvenes de la parábola, que dejan que se apague su Iámpara antes de que llegue el esposo, son «necias», pues no han sabido mantener viva su espera. No se han ocupado de lo más importante que ha de hacer el ser humano: esperar a Dios hasta el final.

No es fácil escuchar hoy este mensaje. Hemos perdido capacidad para vivir algo intensamente de manera duradera. El paso del tiempo lo desgasta todo. Al hombre de nuestros días solo parece fascinarle lo nuevo, lo actual, el momento presente. No acertamos a vivir algo de manera viva y permanente sin dejarlo languidecer.

Todas las seguridades fabricadas por nosotros son inseguras

Hemos encontrado una manera más razonable y sensata de mi­rar al futuro. Somos maestros en hacer toda clase de cálculos y pre­visiones para no correr riesgos en el futuro. Nos preocupamos de asegurar nuestra salud y garantizar nuestro nivel de vida; planifi­camos nuestra jubilación y nos organizamos una vejez tranquila. Todo ello está muy bien, pero no dejamos de ser insensatos si no re­conocemos algo que es evidente: todas estas seguridades fabricadas por nosotros son inseguras.

La advertencia evangélica no es irracional o absurda. Jesús in­vita sencillamente a vivir en el horizonte de la vida eterna, sin en­gañarnos ingenuamente sobre la caducidad y los límites de esta vida: «¿Qué previsiones hacéis más allá de lo visible y perecedero? ¿Dónde pensáis encontrar seguridad cuando se desmoronen vues­tras seguridades?».

Mantener despierta la esperanza significa no contentarse con cualquier cosa, no desesperar del ser humano, no perder nunca el anhelo de «vida definitiva» para todos, no dejar de buscar, de creer y de confiar. Aunque no lo sepan, quienes viven así están esperando la venida de Dios.

«No podemos olvidar que en estos viejos tiempos, ya gastados en sus valores, hay quienes en nada creen, pero también hay multitudes de seres humanos que trabajan y siguen en la espera, como centinelas».

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