10 de Marzo de 2024

Evangelio según JUAN 3,14-21

Dijo Jesús a Nicodemo:

-Lo mismo que en el desierto Moisés levantó en alto la serpiente así tiene que ser levantado el Hombre, para que todo el que lo haga objeto de su adhesión tenga vida definitiva. Porque así demostró Dios su amor al mundo, llegando a dar a su Hijo único, para que todo el que le presta su adhesión tenga vida definitiva y ninguno perezca. Porque no envió Dios el Hijo al mundo para que de sentencia contra el mundo, sino para que el mundo por él se salve. El que le presta adhesión no está sujeto a sentencia: el que se niega a prestársela ya tiene la sentencia, por su negativa a prestarle adhesión en su calidad de Hijo único de Dios.

Ahora bien esta es la sentencia: que la luz ha venido al mundo y los hombres han preferido las tinieblas a la luz, porque su modo de obrar era perverso. Todo el que obra con bajeza, odia la luz y no se acerca a la luz, para que no se le eche en cara su modo de obrar. En cambio, el que practica la lealtad se acerca a la luz, y así se manifiesta su modo de obrar, realizado en unión con Dios.


Una sociedad basada en la Ley será siempre opresora e injusta

Hay dos reacciones equivocadas a la actuación de Jesús. Una espera que sea un reformador que se imponga por la violencia. La segunda, de espíritu conservador, espera que su reforma consista en imponer la observancia estricta de la Ley religiosa. Jesús no hace caso de la primera y rebate la segunda, que el evangelista desarrolla ampliamente.

Para Jesús, quien no ha hecho la opción por el amor a los de­más, no está aún libre de la irracionalidad en sus diversas manifestaciones: egoísmo, rencor, odio, venganza o deseo de dominio, degradan la naturaleza humana y bloquean su desarrollo. Lo que él propone como nuevo nacimiento es la plena hominización, dejando atrás los instintos salvajes o irracionales impropios del hombre y orientando la vida hacia la solidaridad y el amor.  Sólo a partir de ahí puede empezar el verdadero crecimiento del ser humano hacia la plenitud.

En otros términos, el ser humano no obtiene plenitud y vida por la observancia de una ley externa impuesta, sino por la capaci­dad de amar, que completa su ser. Sólo con hombres dispuestos a amar hasta el fin puede construirse la sociedad verdaderamente humana. Éstos serán hombres libres que dejen atrás el pasado para empezar de nuevo, no ya encerrados en una tradición, nacionalidad o cultura. Su vida será la práctica del amor-solidaridad, la entrega de sí mismos, con la universalidad con que Dios ama a la humanidad entera. Una sociedad basada en la Ley, que no cambia al individuo y no en el amor, será siempre opresora e injusta.

En el fondo, se trata de tener fe en las posibilidades del ser humano y en la inmensidad del amor de Dios. La figura del Hijo del hombre, del Hombre-Dios, debe suscitar en los seres humanos el deseo de plenitud, propia y de todos.

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