Domingo 5 de Pascua (18-V-25)
Evangelio según JUAN 13,31-33a.34-35

 Cuando salió Judas del cenáculo, dijo Jesús:

 

-Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará.

Hijos míos, me queda poco de estar con vosotros.

Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también entre vosotros. La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos será que

 os amáis unos a otros.

La Pascua es tiempo de la comunidad

Desde los tiempos del concilio Vaticano II, la Iglesia trata de recuperar en la liturgia este tiempo de Pascua al que se le había dado poca importancia comparándolo con el de la Cuaresma y el de la Semana Santa. Daba la impresión que con la Muerte de Jesús en la Cruz había concluido todo.

Las penitencias, los ayunos, las procesiones, etc. nos habían dejado agotados; una vez celebrada la muerte de Jesús en las largas liturgias de la Semana Santa, ya no quedaban fuerzas para celebrar su vida resucitada.

Con la recuperación de los estudios de la Sagrada Escritura, podemos afirmar que la Iglesia encuentra su verdadero origen y fundamento en la experiencia pascual. La experiencia de que Jesús está vivo e infunde, por medio de su Espíritu, la audacia para anunciarlo así por todos los países de la tierra.

El proceso catecumenal, en los primeros tiempos de la Iglesia, concluía en la Vigilia Pascual con la celebración de los sacramentos de Iniciación (bautismo, confirmación y eucaristía). Y en esa misma celebración, comenzaba la vida nueva que el bautismo otorga a todas las personas que nos adherimos a Jesús y nos incorporamos a la misión de la comunidad que nos acoge, nos da ayuda y nos anima a participar en la tarea común de la evangelización.

Una comunidad que ama. No hay duda que la mayor fuerza de atracción que posee una comunidad cristiana para la gente de fuera es ver cómo se aman los diferentes miembros de la misma; cómo se preocupan los más fuertes de los más débiles y pequeños.

El evangelio de Juan hace subrayado sobre cómo debemos amarnos los discípulos y las discípulas de Jesús: «Amaos los unos a los otros como yo os he amado». Nunca debemos olvidar este modelo de referencia a la hora de ejercitarnos en el amor; tanto hacia dentro de la comunidad como hacia fuera de la misma. Pues la entrega total y desinteresada de la vida, tal y como lo hace Jesús, va a ser la señal por la que los demás nos van a reconocer

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