SAN PEDRO Y SAN PABLO (29-VI-25)
Evangelio según MATEO 16, 13-19
Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos:
—Quién dice la gente que es el hombre?
Ellos contestaron:
—Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas.
Él les preguntó:
—Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?
Simón Pedro tomó la palabra y dijo:
-Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.
Jesús le respondió:
—¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre del cielo. Ahora te digo yo: Tú eres Piedra, y sobre esta roca voy a edificar mi Iglesia, y el poder de la muerte no la derrotará.
Te daré las llaves del reino de Dios; así, lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo.
Sobre esta roca
El término «ekklesía« se refiere a la asamblea del pueblo de Dios. La autoridad de atar y desatar se da a todos los discípulos en Mt 18,18. La revelación de que Jesús es el Mesías solamente se le ha concedido a Pedro. Aquí radica su misión de ser roca-fundamento.
La pregunta de Jesús a los discípulos nos viene dada hoy desde rostros distintos: ¿Quién decís que soy yo?
+ Nos la hace Jesús en persona. ¿Realmente su persona significa nuestra esperanza?
+ Nos la hace gente que nos conoce. ¿Realmente nuestra vida responde a la fe que profesamos?
+ Nos la hacen los hijos o familiares y amigos. ¿Qué diría yo, con el corazón abierto, de Jesús?
+ Nos la hacen de improviso en una conversación de café o del trabajo. ¿Cómo reaccionamos? ¿Cuál es nuestro modo de confesar la fe?
Sobre esta roca. Jesús elige para fundar su Iglesia a doce apóstoles. No los selecciona con criterio competitivos, los mejores, sino que elige lo sencillo y no valorado por el mundo, para que se vea que la solidez del fundamento no depende de los hombres, de sus cualidades, de su poder o de sus riquezas (¿recordáis lo de no llevéis alforja, ni dos túnicas, ni sandalias de recambio?) sino de Dios. El Señor, rezamos en los salmos, es mi fuerza, mi roca y salvación. Y Jesús es la piedra angular, la base que no supieron apreciar los constructores. Pero, igual que en la creación del mundo, el Señor ha querido compartir con los hombres su obra, asociándonos al cultivo y conservación de la naturaleza y a la propagación del Evangelio y de su Iglesia. Pero, sin abandonarnos a nuestra suerte, y sin abandonar a su Iglesia. Que todo eso es cosa suya, de su Espíritu, que es el alma de la Iglesia y el animador de nuestra fe, esperanza y caridad.