13 de Abril de 2025
Domingo de Ramos
Evangelio según san LUCAS 19, 29-40

Y aconteció que llegando cerca de Betfagé y de Betania, al monte que se llama de los Olivos, envió dos de sus discípulos, diciéndoles:
– Id a la aldea de enfrente: al entrar en ella hallaréis un borrico atado, en el que nadie se ha montado nunca. Desatadlo, y traedlo. Y si alguien os pregunta por qué razón lo desatáis, contestadle que el Señor lo necesita.
Fueron los que habían sido enviados, y hallaron como les dijo.
Y cuando desataban el borrico, sus dueños les preguntaron:
-¿Por qué desatáis el borrico?
Ellos dijeron:
– El Señor lo necesita.
Se lo llevaron a Jesús, aparejaron el burro con sus mantos y ayudaron a Jesús a montarse. Según iba él avanzando, alfombraban el camino con los mantos. Cuando llegaban ya cerca de la bajada del monte de los Olivos, toda la multitud de los discípulos, entusiasmados, se pusieron a alabar a Dios a gritos por todos los milagros que habían visto, diciendo:
¡Bendito el que viene como rey en el nombre del Señor!
¡Del cielo paz y a Dios gloria!
De entre la gente, unos fariseos le dijeron:
– Maestro, reprende a tus discípulos.
El, respondiendo, les dijo:
– Os digo que si éstos se callan; gritarán las piedras.

La rutina de la vida puede hacernos creer que la muerte de Jesús no ha supuesto cambio decisivo para el devenir humano. Sin embargo, su entrega total ha hecho que en las bases de la vida se esté dando una formidable renovación que terminará en la plenitud de la creación y de la historia.

«Hoy estarás conmigo en el paraíso”.

El relato de la Pasión desborda pasión, valga la redundancia, por todos los lados. El proceso de acusación, condena y muerte de Jesús desató deseos, cobardía, miedo, amor, contradicción, tristeza… todo, menos indiferencia. Cada personaje queda desnudo ante su propia verdad, y Jesús, solo ante Dios. Su muerte nos revela sus grandes amores y confianzas. La narración de Lucas tiene la virtud de mostrarnos a un Jesús realmente entrañable: deseoso de estar con sus amigos («¡cuánto he deseado celebrar esta pascua con vosotros antes de morir!», les dirá a los discípulos), necesitado de orar y de sentirse en las manos de Dios, que experimenta una fuerte lucha interior ante la inminencia del desenlace final («le entró un sudor que chorreaba hasta el suelo, como si fueran gotas de sangre»), que consuela a las mujeres de Jerusalén que hacen duelo por él aunque él mismo había derramado lágrimas por la ciudad, que perdona a sus verdugos y regala un mensaje de confianza y esperanza hasta el final: «Hoy estarás conmigo en el paraíso».

Imprimir PDF