2 de Febrero de 2025
Evangelio según Lucas 2, 22-40
Cuando llegó el tiempo de que se purificasen conforme a la Ley de Moisés, llevaron al niño a la ciudad de Jerusalén para presentarlo al Señor (tal como está prescrito en la Ley del Señor: «Todo primogénito varón será consagrado al Señor») (Éx 13,2; 13,11) y ofrecer un sacrificio (conforme a lo mandado en la Ley del Señor: «Un par de tórtolas o dos pichones») (Lv 5,7; 12,8).
Había por cierto en Jerusalén un hombre llamado Simeón, justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel, y el Espíritu Santo descansaba sobre él. El Espíritu Santo le había avisado que no moriría sin ver al Mesías del Señor.
Impulsado por el Espíritu fue al templo y, en el momento en que entraban los padres con el niño Jesús para cumplir con él lo que era costumbre según la Ley, él lo cogió en brazos y bendijo a Dios diciendo:
– Ahora, mi Dueño, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz, porque mis ojos han visto la salvación que has puesto a disposición de todos los pueblos: una luz que es revelación para las naciones y gloria para tu pueblo, Israel.
Su padre y su madre estaban sorprendidos por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo y dijo a María su madre:
– Mira, éste está puesto para que en Israel unos caigan y otros se levanten, y como bandera discutida -y a ti, tus anhelos te los truncará una espada-; así quedarán al descubierto las ideas de muchos.
Había también, una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Ésta era de edad muy avanzada: de casada había vivido siete años con su marido y luego, de viuda, hasta los ochenta y cuatro años. No se apartaba del templo, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones noche y día.
Presentándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén.
Cuando dieron término a todo lo que prescribía la Ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su pueblo de Nazaret.
El niño, por su parte, crecía y se robustecía, llenándose de saber, y el favor de Dios descansaba sobre él.
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Modelo de humanidad
Simeón va al templo movido por el Espíritu. No solo toda la vida de Jesús la presenta como consecuencia de la actuación del Espíritu, todo lo que sucede a su alrededor está dirigido por el mismo Ruah de Dios que lleva adelante la liberación de su pueblo. Todo lo que sucede en torno a Jesús tendrá como última consecuencia la iluminación del mundo.
El final del relato es bastante realista: «El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría». Debemos convencernos de que fue un niño completamente normal, que, como todos los niños, tuvo que partir de cero para ir completando su personalidad.
Que Jesús haya desarrollado su infancia en contacto con una profunda religiosidad judía, es muy importante a la hora de valorar su trayectoria personal. Si no hubiera vivido dentro de la fe judía, nunca hubiera llegado a la experiencia que tuvo de Dios.
Todo lo que Jesús nos contó sobre Dios, lo vivió antes como hombre que va alcanzando una plenitud humana. Su propuesta fue precisamente que nosotros teníamos que alcanzar esa misma plenitud.
Jesús nos marcó el camino recorriéndolo él antes. Por eso sigue siendo tan importante acercarnos lo más posible a su trayectoria humana. Si fuera un extraterrestre caído del cielo, no nos hubiera servido como modelo de humanidad. Siendo uno de nosotros podemos fiarnos de lo que nos dice, porque antes lo vivió él mismo.
Fray Marcos