18 de Agosto de 2024
Evangelio según JUAN 6, 51-58
Yo soy el pan vivo bajado del cielo; el que come pan de éste vivirá para siempre. Pero, además, el pan que yo voy a dar es mi carne, para que el mundo viva.
Los judíos aquellos discutían acaloradamente unos con otros diciendo:
-¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?
Les dijo Jesús:
– Pues sí, os lo aseguro: Si no coméis la carne del Hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida definitiva y yo lo resucitaré el último día, porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. Quien come mi carne y bebe mi sangre sigue conmigo y yo con él; como a mí me envió el Padre que vive y, así, yo vivo por el Padre, también aquel que me come vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo, no como el que comieron vuestros padres y murieron; quien come pan de éste vivirá para siempre.
«El que coma pan de éste, vivirá para siempre»
La declaración solemne del v.53 asegura que el «comer la carne», es decir, el aceptar la historia concreta del Jesús histórico, y el «beber la sangre», o sea, valorar la sangre derramada de Jesús en bien de lo humano, es cauce de vida plena. Se requiere una fuerte identificación, por eso habla más que de «comer», de «devorar», como quien come con afán total y exagerado de identificarse con la comida que devora. Esa profunda y deseada identificación con la historia de Jesús es la que reporta vida a la persona.
Lo más atractivo de Jesús es su capacidad de dar vida. El que cree en Jesucristo y sabe entrar en contacto con él, conoce una vida diferente, de calidad nueva, una vida que, de alguna manera, pertenece ya al mundo de Dios. Juan se atreve a decir que «el que coma pan de éste, vivirá para siempre».
De ese modo, ahora se dice que la identificación fuerte con la pobre realidad del Jesús histórico es la que lleva a la vida definitiva (v.54). Por eso la historia lleva dentro el germen de la resurrección. Aquí radican todas las potencialidades que la fe puede aportar al hecho histórico: sujeto de plenitud que empieza en este ahora y se completa en ese «último día» del camino histórico terminado. De aquí es de donde la vida cristiana extrae una gran fuerza de sentido que le hace sostenerse y no ceder a las limitaciones de la historia que parecen decirle que esta vida no tiene realmente valor.
Pero el nuevo pueblo, el de los adheridos a Jesús, por haber aceptado su historia pobre como cauce de salvación, logrará la vida para siempre, la patria de la plenitud, el horizonte al que se anhela llegar.