Domingo 4 de Pascua (11-V-25)
Evangelio según JUAN 10, 27-30

 

En aquel tiempo, dijo Jesús:

-Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano.

Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos, y nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre.

Yo y el Padre somos uno.

¿Cómo nos afecta a nosotros?

Jesús es perseguido y sus seguidores lo serán cuando van contra los criterios del «mundo» (o «las tinieblas», como lo llama Juan), o de «la carne» («el cuerpo», como dice Pablo). Ser hijos de Dios, construir el reino, desafía a los que centran sus intereses en el poder, la posesión y disfrute de bienes; vivir austeramente, caminar en la verdad, respetar y defender a los débiles, cuidar la naturaleza, dar la cara por la justicia… molesta. Cuando lo hizo Jesús molestó tanto que lo quitaron de en medio. Ésta es una de las dimensiones existenciales del Reino: la oposición de «el pecado». «Todos los que quieran vivir religiosamente, como cristianos, sufrirán persecuciones» (2 Tim,3,12).

Es impensable vivir coherentemente los criterios del evangelio en un mundo que se rige por los opuestos, sin que cueste un precio. En nuestra «civilizada» e instalada sociedad el precio no será la condena a muerte, desde luego. Pero quizá lo sea no medrar en la empresa, no ser bien visto por el entorno social, no ser comprendido por la familia… Si hacemos una apuesta valiente por una vida austera, por un compromiso por los más pobres, por una fidelidad absoluta a servir a Dios en el prójimo… no podemos esperar que nos traten como a personas «normales».

“Casi sin advertirlo, nos volvemos incapaces de compadecernos ante los clamores de los otros, como si todo fuera una responsabilidad ajena que no nos incumbe. La cultura del bienestar nos anestesia y perdemos la calma si el mercado ofrece algo que todavía no hemos comprado, mientras todas esas vidas truncadas por falta de posibilidades nos parece un mero espectáculo que de ninguna manera nos altera”. (Evangelii Gaudium, 54).

Buen pastor

«Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen. »  Escuchar y seguir al que va siempre por delante. A imagen de Jesús, el pastor que tenga ovejas a su cargo irá por delante con sus obras, vivirá para ellas, conocerá sus vidas, compartirá sus gozos y esperanzas. Aunque el rasgo más visible de Jesús como pastor sea su cercanía y cuidado de cada una de las ovejas de su grey lo definitivo es la entrega por ellas hasta la muerte. «Antes el pastor se hizo cordero». No hay amor más grande.

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