Lectura del evangelio según
MARCOS 13, 24-32
Domingo 33 del Tiempo Ordinario (17-XI-24)
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
-En aquellos días, después de esa gran angustia, el sol se hará tinieblas, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los astros se tambalearán.
Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad; enviará a los ángeles para reunir a sus elegidos de los cuatro vientos, de horizonte a horizonte.
Aprended de esta parábola de la higuera: Cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, deducís que el verano está cerca; pues cuando veáis vosotros suceder esto, sabed que él está cerca, a la puerta. Os aseguro que no pasará esta generación antes que todo se cumpla. El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán, aunque el día y la hora nadie lo sabe, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sólo el Padre.
El futuro está en nuestras manos
Miedo es nuestra reacción ante el anuncio de las catástrofes que se anuncian en el evangelio anterior, y el lenguaje que se emplea. Pero se trata de un miedo infundado, en todo caso. Porque el mundo que se acaba, el que debe acabar, no es el mundo creado por Dios, sino el que han hecho y se han repartido los poderosos, reservándose la mejor parte y no dejando apenas nada para la mayoría de los pueblos y seres humanos. Frente a la amenaza de los que tienen interés en meternos miedo, el Evangelio nos llama a la esperanza activa y militante. No podemos consentir que otros nos atemoricen y luego se aprovechen de nuestro miedo, para decidir por todos y contra todos, solo para proteger y promover sus intereses frente a los intereses de la humanidad. La guerra tragedia para muchos es fuente de riqueza para unos pocos. Tenemos que tomar en serio el trabajo por la paz los derechos humanos, los de todos los seres humanos, y hacer que el mundo sea la casa común de toda la familia humana. Porque ése es el fin del mundo, el que Dios le asignó y nos encomendó.