Domingo 18  del Tiempo Ordinario (3-VIII-25)
Evangelio según LUCAS 12, 13-21

En aquel tiempo, dijo uno del público a Jesús:

-Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia.

Él le contestó:

-Hombre, ¿quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros?

Y dijo a la gente:

-Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes.

Y les propuso una parábola:

-Un hombre rico tuvo una gran cosecha. Y empezó a echar cálculos: «¿Que haré? No tengo donde almacenar la cosecha».

Y se dijo:

«Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros más grandes, y almacenaré allí todo el grano y el resto de mi cosecha. Y entonces me diré a mí mismo: Hombre, tienes bienes acumulados para muchos años; túmbate, come, bebe y date buena vida».

Pero Dios le dijo:

«Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será?»

Así será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios

«¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo si se pierde él mismo o se malogra?».

Inmediatamente, Lucas, único evangelista que lo hace, incluye la parábola del rico necio. De la mano de Pablo, el autor del tercer evangelio descubrió la miseria de los puertos del Mediterráneo. El binomio pobreza-riqueza aparece con un trato significativo en la doble narración de Lucas-Hechos. Parece como que su autor se dirigiera a los que han perdido la esperanza «terrenal»: pobres, esclavos que inundaban las grandes ciudades del Oriente. De hecho, la riqueza es para Lucas una trampa mortal. ¿Quién de aquellos cristianos del Mediterráneo -no precisamente bien situados- no añoró alguna vez la abundancia de los ricos? ¿Quién no desea «tumbarse, comer, beber y darse una buena vida«? La riqueza del cristiano se halla en otros parámetros. Y esto es lo que enseña la parábola, que no es más que una versión narrativa de Lc 9,25: «¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo si se pierde él mismo o se malogra?».

La parábola presenta a un terrateniente, pero es más bien el símbolo de cualquier humano obsesionado por el tener. Desde el evangelio el juicio que se ofrece es severo: el que piensa, como el personaje de la parábola, no es sino un insensato, un necio. Una vez más, Dios ve las cosas al revés. Pero hay más, el avaro es, además, un impío, si no un ateo, pues ¿dónde está Dios para el que piensa así? ¿Dónde está el verdadero significado de la vida para quien no advierte su carácter transitorio?

Dicen los analistas de la posmodernidad que la religión vuelve a estar de moda en nuestras sociedades occidentales, pero en su versión más burguesa. Acaso se trata de la misma tentación constante de bienestar que se presentó a la comunidad de Lucas. El bienestar no es malo, pero pensar que eso es lo que nos proporciona la felicidad plena es un error.

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