Domingo 25 del Tiempo Ordinario (21-IX-25)
Evangelio según LUCAS 1, 1 – 13
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
-Un hombre rico tenía un administrador, y le llegó la denuncia de que derrochaba sus bienes.
Ningún siervo puede servir a dos amos, porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero.
Lectura de la profecía de AMÓS 8,4-7
Escuchad esto, los que exprimís al pobre, despojáis a los miserables, diciendo:
«¿Cuándo pasará la luna nueva, para vender el trigo, y el sábado, para ofrecer el grano?»
Disminuís la medida, aumentáis el precio, usáis balanzas con trampa, compráis por dinero al pobre, al mísero por un par de sandalias, vendiendo hasta el salvado del trigo.
Jura el Señor por la gloria de Jacob que no olvidará jamás vuestras acciones.
El ídolo dinero. La parábola se prolonga en unos textos sobre el dinero, «el dinero injusto», auténtico ídolo entonces y hoy, al que se sacrifican demasiadas víctimas. «Dinero de la injusticia», dice el texto bíblico. El dinero es asociado frecuentemente en la Biblia con la adquisición no honrada de bienes, o con el afán de adquirir ganancias por medios engañosos y fraudulentos, y por este motivo es condenado. «No te fíes de riquezas mal ganadas, de nada te servirán en el día de la desgracia» (Eclesiástico 5,8). Servir al dinero esclaviza a la persona humana, la deshumaniza, pervierte todo tipo de relaciones, no sólo con Dios que no soporta la injusticia, sino las relaciones humanas, y destroza también a la propia persona que le rinde culto: ella es la primera víctima del ídolo, pues la destruye en lo que la misma persona es: ««ser en relación», para el filósofo, «hijo y hermano» según Dios.
Denuncia de la injusticia. Amós no es profeta de profesión, ni pretende serlo. Así lo dice él: «Me gano la vida cuidando ganado y recogiendo higos, pero el Señor me sacó del ganado y me dijo: «Ve y habla en mi nombre a mi pueblo de Israel». Fiel a esta llamada, Amós denuncia la injusticia y anuncia el castigo de Dios a su pueblo por sus pecados. Pecados sociales de los que viven en el lujo y oprimen a los débiles, y pecado religioso de un culto hipócrita y vacío. Su denuncia no es soportada ni por Amasías sacerdote, ni por Jeroboán rey, y Amós es expulsado de Israel. Es un destino que con frecuencia acompaña a los hombres de Dios que se atreven a denunciar la injusticia y señalar a los culpables.