23 de Noviembre de 2025
Evangelio según LUCAS 23, 35-43
El pueblo se había quedado observando. Los jefes, a su vez, comentaban con sorna:
– A otros ha salvado; que se salve él si es el Mesías de Dios, el Elegido.
También los soldados se burlaban de él; se acercaban y le ofrecían vinagre diciendo:
– Si tú eres el rey de los judíos, sálvate.
Además, tenía puesto un letrero: ÉSTE ES EL REY DE LOS JUDÍOS
Uno de los malhechores crucificados lo insultaba. ¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti y a nosotros. Pero el otro se lo reprochó:
– Y tú, sufriendo la misma pena, ¿no tienes siquiera temor de Dios? Además, para nosotros es justa, nos dan nuestro merecido; éste, en cambio, no ha hecho nada malo.
Y añadió:
– Jesús, acuérdate de mí cuando vengas como rey.
Jesús le respondió:
– Te lo aseguro: Hoy estarás conmigo en el paraíso
Se identificó tanto con las víctimas inocentes que terminó como ellas.
Los cristianos hemos atribuido al Crucificado diversos nombres: «redentor», «salvador», «rey», «liberador». Podemos acercarnos a él agradecidos: él nos ha rescatado de la perdición. Podemos contemplarlo conmovidos: nadie nos ha amado así. Podemos abrazarnos a él para encontrar fuerzas en medio de nuestros sufrimientos y penas.
Entre los primeros cristianos se le llamaba también «mártir», es decir «testigo». Un escrito llamado Apocalipsis, redactado hacia el año 95, ve en el Crucificado al «mártir fiel», «testigo fiel». Desde la cruz, Jesús se nos presenta como testigo fiel del amor de Dios y también de una existencia identificada con los últimos. No hemos de olvidarlo.
Se identificó tanto con las víctimas inocentes que terminó como ellas. Su palabra molestaba. Había ido demasiado lejos al hablar de Dios y su justicia. Ni el Imperio ni el templo lo podían consentir. Había que eliminarlo. Tal vez, antes de que Pablo comenzara a elaborar su teología de la cruz, entre los pobres de Galilea se vivía esta convicción: «Ha muerto por nosotros», «por defendernos hasta el final», «por atreverse a hablar de Dios como defensor de los últimos».
Al mirar al Crucificado deberíamos recordar instintivamente el dolor y la humillación de tantas víctimas desconocidas que, a lo largo de la historia, han sufrido, sufren y sufrirán olvidadas por casi todos. Sería una burla besar al Crucificado, invocarlo o adorarlo mientras vivimos indiferentes a todo sufrimiento que no sea el nuestro.
El crucifijo está desapareciendo de nuestros hogares e instituciones, pero los crucificados siguen ahí. Los podemos ver todos los días en cualquier telediario. Hemos de aprender a venerar al Crucificado no en un pequeño crucifijo, sino en las víctimas inocentes del hambre y de las guerras, en las mujeres asesinadas por sus parejas, en los que se ahogan al hundirse sus pateras.
Confesar al Crucificado no es solo hacer grandes profesiones de fe. La mejor manera de aceptarlo como Señor y Redentor es imitarle viviendo identificados con quienes sufren injustamente.
