“Se rasgan las vestiduras por el signo, pero no por la carne herida que hay tras este. Y eso es lo que más incomoda del mensaje de Cobo: que nos devuelve a lo esencial”
“Una cruz que no abraza al pobre, que no remueve al cómodo, que no se vive con las manos sucias de misericordia, no es cruz: es atrezzo”
“Lo que cae es ese cristianismo de escaparate, que juzga, pero no calienta; que señala, pero no acompaña; que alza cruces, pero olvida a los crucificados”
| Luis Miguel Romo Castañeda*
Una frase. A veces basta con eso para encender la mecha de los fanatismos que duermen agazapados, esperando su presa. Y bastó. Bastó con que alguien se atreviera a recordar una verdad que muchos preferían enterrada. Monseñor José Cobo Cano, cardenal y arzobispo de Madrid, solo recordó en una de sus recientes homilías que demasiados han olvidado: que la cruz no es un tótem para exhibir, sino una entrega radical al otro; una locura para quienes no comprenden el amor que salva (1 Corintios 1,18). Y por ello, lo han tachado de traidor. Así funcionan los ultras: cuando no pueden refutar la realidad, responden con gritos, rabia y falacias.