“Se rasgan las vestiduras por el signo, pero no por la carne herida que hay tras  este. Y eso es lo que más incomoda del mensaje de Cobo: que nos devuelve a  lo esencial”

“Una cruz que no abraza al pobre, que no remueve al cómodo, que no se vive  con las manos sucias de misericordia, no es cruz: es atrezzo”

“Lo que cae es ese cristianismo de escaparate, que juzga, pero no calienta; que  señala, pero no acompaña; que alza cruces, pero olvida a los crucificados”

Una frase. A veces basta con eso para encender la mecha de los fanatismos que  duermen agazapados, esperando su presa. Y bastó. Bastó con que alguien se  atreviera a recordar una verdad que muchos preferían enterrada. Monseñor José Cobo Cano, cardenal y arzobispo de Madrid, solo recordó en una de sus recientes  homilías que demasiados han olvidado: que la cruz no es un tótem para exhibir,  sino una entrega radical al otro; una locura para quienes no comprenden el amor  que salva (1 Corintios 1,18). Y por ello, lo han tachado de traidor. Así funcionan los  ultras: cuando no pueden refutar la realidad, responden con gritos, rabia y falacias.

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