Nos enseñaron a consumir y se nos olvidó esperar
Evaristo Villar
La Herida Primordial.
Desde el primer llanto que reclama el pecho de la madre hasta el último suspiro que se aferra a la vida, el ser humano es una criatura siempre prendida de un anhelo. El niño espera el regreso de sus padres, el joven sueña con un amor, el adulto anhela seguridad y legado, y el anciano, paz y seguridad. Este latido no es solo individual; es social, colectivo, planetario. Los pueblos empobrecidos esperan prosperidad y las naciones desarrolladas, a menudo, añoran un sentido perdido en medio de la abundancia. Es la condición humana fundamental: un hueco en el pecho, una herida abierta hacia el futuro, un “todavía no” que da sentido –y a la vez desgarro– al “ahora”.
Y en este coro universal de expectativas, las religiones articulan, canalizan y dan nombre a este anhelo. El cristianismo lo nombra con una palabra precisa: Adviento. Un tiempo que, lejos de ser mera nostalgia por un futuro lejano, es la tensión dramática y gozosa de una promesa que, afirma, ya ha irrumpido en la historia y desenmascara todas las esperanzas menores.
