Señor Argüello:

Nos hemos enterado de su petición de adelanto electoral, y no hemos podido evitar pensar: “¡Milagro! La Iglesia también quiere democracia… pero fuera de casa”.

Entendemos que como ciudadano tiene todo el derecho del mundo a opinar, protestar, y hasta pedir que vuelva la peseta si se le antoja. Faltaría más. Pero claro, el matiz aquí es que usted no habla como «don Luis», vecino de Valladolid, sino como arzobispo y portavoz de la Iglesia católica en España. Y ahí, perdone, el asunto cambia de tono.

Porque claro, la Iglesia no es una plataforma personal ni un canal de YouTube. Es una institución milenaria que —con sus luces y muchas sombras— merece algo más que usarla como altavoz político.

Dicho esto, nos permitimos algunas preguntas, así, al vuelo, por si quiere responderlas en su sermón del próximo domingo:

· ¿Le parece coherente exigir “más democracia” cuando usted ocupa un cargo designado por otros señores que tampoco han pasado por las urnas?

· ¿No es un poco… no sé… raro, que alguien sin experiencia democrática directa venga a exigirla a los demás?

· ¿Y no es irónico que lo haga en nombre de una institución donde ni el Espíritu Santo se presenta a votación?

Como diría el evangelista Mateo 23:2-3: “En la cátedra de Moisés se sientan los escribas y fariseos… haced lo que os dicen, pero no hagáis como ellos, porque dicen y no hacen.” Este cuento, ¿no le parece escrito para ocasiones como esta?

Y ya que estamos con verdades que duelen: no olvidemos que buena parte de la Iglesia —con honrosas excepciones, claro— fue cómplice del franquismo. Sí, ese régimen que precisamente no destacaba por su afición a las elecciones libres.

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